—Bendito sea San Gabriel, que llega a nuestro hogar con el anuncio de tu concepción Divina —el anciano, rico y estéril, no ofrece reparos a la noticia que escucha de los carnosos labios de su joven esposa.
Ella, festeja con disimulo la ingenuidad de su marido. Él, recuerda que ese mismo Arcángel, cuando anotició al longevo Zacarías que sería padre de un varón al cual debía llamar Juan (el Bautista), castigó su escepticismo con la mudez.
—Si es machito, querida, lo bautizaremos Juan —dijo, comprobando incrédulo que, milagrosamente, aún podía hablar.
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