jueves, 16 de octubre de 2008

ENMARQUES PARA UN SILENCIO


Desde que tía Clara vino a vivir con nosotros, ya no puedo dormir. Los gritos que se escapan del cuarto de papá y mamá son ensordecedores. No entiendo porqué a mami la geometría le resulta tan fastidiosa, dice no soportar más el triángulo amoroso que significa su hermana. A mí, para ser sincera, como es un poco gordita más me parece un círculo; pero lo de amorosa, es verdad.
Yo a la tía la quiero mucho, hasta tengo en mi mesita de noche una foto de ella; pero más quiero que todo vuelva a ser como antes de que ella llegara y poder dormir tranquila.


Cuando Clara desapareció sin dejar rastros, mis padres se preocuparon un tiempo, hasta que todo volvió a la normalidad.
Ahora, al acostarme, beso la fotografía desde la cual se deshace en gestos desesperados, se pasa la mano por el cuello, como dando a entender que me quiere asesinar. A veces, hasta llora; pero hay tal sosiego en casa, que ni loca la saco del portarretratos en donde la escondí.

LA MALA EDUCACIÓN


Era necesario volver. Llevaba años de rejas sin poder depositar flores a mi secreto.
Martillan a diario el sonido de los tacones lejanos que anuncian su llegada. Mi carne, trémula, aguarda que se acerque. Como todas las noches, luego de atarme a la cama y encubierta por las tinieblas de mi cuarto, hace a un lado los prejuicios: —No se puede luchar contra la ley del deseo —repite entre gemidos que abofetean mi llanto.
Acá, en el pueblo, mirándome de soslayo, me han apodado “el matador”. Nunca supieron porqué la maté; jamás tuve el coraje de contar todo sobre mi madre.